Tradiciones pascuales entre rituales sagrados y juegos populares: un fragmento de memoria rural
En la mañana de Pascua, antes de la misa solemne, era costumbre llevar a la iglesia la «criscenta», una torta con levadura típica de la época, junto con los huevos, para recibir la bendición. Este gesto sencillo pero profundamente simbólico forma parte de un ciclo ritual más amplio que considera la Pascua no sólo como la celebración de la resurrección de Cristo, sino también como un momento de renovación cósmica y comunitaria, vinculado al despertar de la naturaleza y al paso de la muerte a la vida. En efecto, la criscenta, con su forma redonda y su elemento fermentado, recuerda los símbolos agrarios y solares, mientras que el huevo, con su cáscara cerrada y su contenido vital, es un símbolo universal de renacimiento.
Junto a la ritualidad sagrada coexistían prácticas lúdicas con un fuerte valor social y simbólico. En los días previos a la Pascua, sobre todo entre los jóvenes, cobraba vida un juego muy extendido en el campo: una especie de «bolos» con huevos, que tenía lugar en un terreno ligeramente inclinado, especialmente elegido para que los huevos rodaran mejor. Los jóvenes cavaban un surco con las manos, aprovechando la pendiente natural del terreno, y deslizaban en él sus huevos de colores, intentando acertar con los de los demás jugadores.
Los huevos utilizados nunca eran los benditos: éstos, considerados sagrados, estaban destinados a un uso ritual y se consumían con respeto o, si se rompían accidentalmente, se arrojaban al fuego, otro elemento sagrado y purificador. Los huevos del juego, en cambio, se decoraban a mano con materiales pobres y reciclados: no había colores artificiales ni rotuladores, por lo que se utilizaban cartulinas de colores, como las de flores falsas, pegadas a la cáscara con levadura natural, a falta de pegamento. Este proceso creativo revela una notable capacidad de adaptación y una cierta estética popular de la reutilización, que encaja bien en contextos rurales donde la escasez de recursos se compensaba con ingenio.
El juego en sí, además de diversión, tenía una función comunitaria y pedagógica: enseñaba reglas, lealtad y a compartir, pero también la importancia del respeto por lo que se consideraba sagrado. Quien ganaba obtenía como premio los huevos de los demás, una especie de intercambio simbólico que recuerda formas arcaicas de competición ritual, vinculadas a la fertilidad y la abundancia.
Esta tradición, como muchas otras vinculadas al ciclo pascual, da fe de la estratificación de elementos religiosos y precristianos en la cultura campesina, donde lo sagrado y lo profano no se oponen, sino que se entrelazan y refuerzan mutuamente. La bendición de los alimentos, el juego con huevos, el respeto por los objetos consagrados y el uso simbólico del fuego nos hablan de una comunidad en la que cada gesto tenía un valor, cada objeto un significado y cada fiesta representaba un momento de cohesión, identidad y continuidad.
Estas tradiciones proceden de Livignano, en el municipio de Piazza al Serchio (LU)
Traducción realizada con la versión gratuita del traductor DeepL.com